El insoportable histrionismo del pop mainstream






La música popular de masas, ese intento de crear un producto adecuado a la voluntad y el deseo de una entidad abstracta e impersonal de personas que imponen una sensibilidad, un estado de ánimo y una valoración del mundo, a la manera de un espíritu de la época, corre el grave riesgo de, a fuerza de de alegar a la expresión subjetiva e irreductible de libertad individual, no entender en que se basa eso que llamamos subjetividad neoliberal. El totalitarismo de la cultura de masas es el que desde los años 60 del pasado siglo ha ido moldeando nuestra identidad, la forma de representar nuestro yo y de configurar nuestro mundo.

Y es que vivimos en una cultura moldeada por una industria cultural que construye nuestra subjetividad en base a un concepto ilustrado de libertad, ocultando que la libertad, es decir lo que queremos ser, viene determinada por un deseo del que no somos dueños. Nuestro deseo es lo que nos demandan los objetos de consumo que nos ofrece el mercado, sin embargo el mercado cultural se autolegitima defendiendo que éste solo ofrece lo que la gente quiere, cerrándose así el círculo. 

El histrionismo, el ruido de la cultura pop de masas, es ese entramado de deseos que no nos pertenecen, es ese caos de pulsiones que nos causan ansiedad porque no podemos controlar. Y el mercado necesita hacer cada vez más ruido y configurar personalidades histrionicas, poco sosegadas, que confunden crítica con fanatismo, que confunden autenticidad con el descontrol de las pasiones, con un deseo desenfrenado que solo puede satisfacer el propio mercado. 

El resultado, es una cultura de masas antiintelecual, fanatizada por una voluntad mayoritaria que desprecia lo que no encaja, que confunde la irracionalidad del deseo individual producido por la conciencia mayoritaria, con la libre voluntad del individuo crítico, una cultura incapaz de asumir horizontes emancipadores que superen el estado de autodesprecio por nosotros mismos,  de un estado mental que podría denominarse cinismo capitalista. 

Este cinismo reivindica los valores de la masa, pero además considera que esa es la máxima voluntad del pueblo, confundiendo la crítica y la capacidad de valorar con el intelectualismo y el elitismo clasista, en una suerte de nuevo falangismo que desprecia la inteligencia. Es una cultura que no mira mal los valores conservadores incluso los anhela como los único que nos puede salvar del cinismo posmoderno en el que vivimos, porque en el fondo se ha vestido de moderna sin creer en la modernidad.

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